viernes, 31 de agosto de 2018

Jóvenes poetas venezolanos. Jesús Montoya





Hace ya varios meses que había abandonado esta Bitácora poética, mi anterior entrada se remota a los días en que murió mi padre, en marzo. Podría decir que la sobrevivencia se ha vuelto una prioridad en mi país, Venezuela y la mayoría de nosotros nos hemos avocado a eso, a la sobrevivencia, porque se ha hecho cada vez más cuesta arriba. Pero sin dejar de ser cierto, que he debido utilizar buena parte de mi tiempo al trabajo, debo admitir que ha habido también un componente emocional, un distanciamiento con lo poético, lo literario, salvo alguna que otra lectura ociosa y los textos que leí para los talleres literarios que he dictado. No es la primera vez que ocurre, es decir, que dejo abandonada esta Bitácora, y merezco todos los reproches y abandonos que hayan podido ocurrir. La idea de los blogs es que sean constantes. Pero nuevamente regreso, como los amantes inconstantes, para seguir compartiendo textos de algunos poetas que voy leyendo o releyendo. Querido lector casual, o amigo que venías siguiendo mi Bitácora, comparto esta vez dos textos de Jesús Montoya, un joven poeta venezolano, de la zona andina, el estado Mérida, a quien escuché leer sus textos, hace algún tiempo, en la librería caraqueña ubicada en el centro de arte Los Galpones, librería Kalathos, y me conmovieron hondamente.

POEMAS DE JESÚS MONTOYA

He visto tus ojos nacer en los míos. He bajado por tu mirada como una escalera eterna para encontrar al mar. El primer viaje crece en sus colores. Ya no habrá una mentira que valga. Tengo la cara retorcida y el destino roto, el magnífico destino, brillante, brillante. Ahora vendrán todos mis amores perdidos como un centenar de olas a acurrucarse en mis pies. Te odio. Te odio. La honestidad me está matando. Le conté a mi hermano que tus ojos son maravillosos y se burló de mí. La honestidad es una huella. Le dije a tres amigos que me hice poeta cuando mamá intentó matarse y ninguno me creyó. La honestidad me aturde. Escribí poemas sin parar a los quince años para olvidar mi pasado y todavía lo recuerdo. La honestidad es imprudente. Mi padre me abrazó con sus lágrimas una mañana en la cárcel  de ese pueblo. La honestidad es un sueño. No recuerdo lo esencial de mi infancia. No he vagado en su rendija. La honestidad me contempla. Arrastro el corazón contra el suelo. Me he enamorado tantas veces que perdí  la fe y con ella el mismo amor. La honestidad es una estrella. He vivido de la culpa y del odio. He interrumpido mi estupidez con un grandioso beso que me olvidó para siempre. He bajado desde tu mirada y el mar se ha vuelto un muelle en las tinieblas. Si pudiese huir de este infierno no lo haría. Si consiguiese dejar de imaginar el ritmo de las cosas no podría. Noches de mis años, canto como la primera vez. Noches de mis años, me han llevado hasta el fondo y ya no sé para quién hablo. La honestidad es una cicatriz, canta conmigo.



*



Ángel callejero, ala de lluvia, estoy

hecho un desastre.

Perdóname, todo lo que abrazo es he-

lado.

Tengo marcados los sellos

de las discotecas en las manos toda-

vía,

no encuentro el camino a casa

y lloro en cada hombro ajeno

que consigo por la calle.

No creo que ningún poema venga a

mí sin un castigo,

todo poema nace del infierno y mis

palabras son espejos.

Ángel, angelito, delicadamente estoy

hecho un desastre,

los perros que más amo tienen la piel

de la calle

derramada  en ella, bordada, estre-

cha, desnuda,

ven cada ojo como un cielo,

son estrellas,

y yo soy un desastre, angelito,

muchacho etéreo, cabrón.

Llevo años escribiendo noches,

escondido,

noches enteras escribiendo años.

Soy inmóvil como el olvido, acalora-

do tocando el pasaje

y la ruta que desaparece con mi

cuerpo,

inmóvil, como el olvido.

Busco contar una historia

donde se asiente esta chaqueta em-

papada,

donde el cielo sea un labio

y no una esperanza en la noche vieja,

busco contar una historia

y encenderla con este yesquero vacío,

busco que esa historia me cuente y

me arrastre,

me cuente y extrañe,

me cuente desde el fondo del agua

y de la risa del viento que reposa

en mis pulmones rotos.

Ángel, ahora el corazón es una pala-

bra

que palpita,

quiero ser esa palabra

en lo más hondo de mi vida,

en lo más hondo del amanecer que

invento

volado y solitario

en las aceras agrietadas que mar-

chan conmigo

en mi desventura,

voy perseguido por una palmada en

el hombro

por un golpe que me hizo imaginar

los ojos de este poema,

ángel callejero, viejo amigo,

sigo el sendero con el espíritu en la

punta de los dedos,

sigo el sendero con el sonido de las

motocicletas

que me hacen correr

hasta tomar buses donde duermo

soñando las canciones de la radio

y el silencio claro del paisaje,

quizá también sueño el tiempo,

quizá también sueño que mi agresiva

voluntad

destruya lo que más quiero

junto a la piel roída de las noches de

mis años,

ángel, conozco canciones que se han destruido

antes de ser cantadas,

y yo soy así,

soy como esas cosas que se acaban

sin saber que mueran.



*

Me acusan incansablemente



de arrastrarme junto a los equivocados

en el sendero equivocado.

Me acusan y señalan con sus dedos temblorosos

cuando mis ojos descansan

en un sueño distinto, lejano.



Me acusan por aplastar una a una

mis pasiones sin arrepentimiento,

por traicionarme al escribir poemas

desde una voz insensata

que destroza en su recorrido las ventanas.



Estoy decidido a ser el primero que echen

a la calle de sus asquerosos recintos,

pues mis ojos apuntan hacia todas las direcciones

que marca el viento con su paso.



Me acusan de ser invisible

aunque esté tan cerca como el aliento,

pero mi soledad no sabe cómo comportarse.



Me han insistido que sea feliz desde la ausencia,

y he fracasado.



Me han invitado a pudrirme en la locura

como las hojas amarillas cuando cambian su color.



Me han maltratado por tener esta memoria larga y sucia

hecha de caricias.

Pues bien, les digo:

Soy el movimiento fino

con que el cielo cambia de rumbo a las estrellas.



Acúsenme,

nada traigo en mi defensa más que la humilde pena

de quien ama las palabras.



Vengo con el rostro hueco

por esta sonrisa adolescente

que inútilmente se me va borrando,

que inútilmente se me va quedando en otra infancia.



Mi voz se mece en los jardines y se pierde en el espacio.



Nada traigo en mi corazón,

no me acusen porque cante.

Nada traigo desde el precario

y misterioso río del tiempo.

Nada tengo más que el lamento

de quien en silencio busca la distancia.



Acúsenme,

medité la alegría y la perdí.



*



6 de agosto





El licor desaparece en los apartamentos oscuros.



Piensas cada palabra poseído, sobreviviente, creyéndote salvar la danza, aquella gran mentira que eres, aliento y vómito tras la risa del ahorcado. Piensas cada hoja hija lastimada y se corre la nación hacia otro infierno. Arqueamos una palma de la mano en cada línea de mi voz infectada milimétricamente infectada por esa pasión innoble que la cubre. Cubierto pecho caída de mi voz vamos. Santo de lágrimas, risa y lumbre contra los patios perdidos. Una pradera rota junto al árbol de gran sombra nos cobija enteros, porque tú. Tú frente al golpe, el pensamiento ya no habita otro lugar, el brillo de las palas subiendo por tu cuerpo, la tierra es un cráter, una araña tejida en la mejilla de la muerte.








Jesús Montoya



Mérida, Venezuela, 1993. Licenciado en Letras por la ULA. Su libro de poemas“Las noches de mis años” fue uno de los ganadores del Concurso de Autores Inéditos (Monte Ávila Editores, 2014). “Hay un sitio detrás de los incendios”, su segundo libro, recibió el I Premio de Poesía Hispanoamericana “Francisco Ruiz Udiel” (Valparaíso Ediciones, 2017).













domingo, 25 de marzo de 2018

Apego de lo nosotros (Poema de José Kozer)

 Después de muchos meses sin computadora, de inquieta cotidianidad, por un contexto país muy rudo, intento retomarme, en lo que más profundamente soy, una poeta. vuelvo a escribir, a leer. Así que comparto estos versos de José Kozer, poeta judío, de origen cubano, con muchos años de residencia en New York.



Di, di tú: para qué tantos amaneceres.

Qué años es, era.

Te previne: podría aparecer una pera de agua en el
albaricoquero cargado de frutos, hacerse

escarlata

la savia del rosal; sonreías. Y ahora reímos, rompemos
     a reír a carcajadas, blusón

de lino, faja

sepia, con un emblema geométrico, también te previne:
y ves, un arpa en el peral del patio, ¿arpa? Tres años

que no llueve

y debajo del albaricoquero hiede a humedad: a gusaneras
     fortísimas que devoran cuanto cae, devorarían
     la propia lluvia

si cayera. Si

cayera, recordaríamos aquel tren de vida metódico
    que tanto nos gustaba: mojar

las galletas

de anís en el café retinto (yo te enseñé a decir, café
     retinto y carretero; sonreías): mojar
     Qué seres

tranquilos. Y

toda tu admiración volcada en aquella frase que nos
     resumía: "es que sabemos administrarnos bien".
     No digas

que no

te previne, había tantas señales: el varaseto que apareció
     roto inesplicablemente el peldaño que faltó

de pronto

a la escalera de coger frutos ¿del peral, del albaricoquero?
     Cómo: yo lo supe, yo lo supe. Mira,
 
dormías
aún y me quedé de pronto (tan temprano) en la arista
      en altas celosías en la revuelta de un arco hacia

arriba, quizás

aún dormitas: dos lustros, o dos décadas, ¿pasaron?
       Qué hubo. Qué

del segundo

movimiento andante sostenuto , ¿recuerdas que por
       aquella época descubrimos los poemas del
       amado Sugawara No Michizane, amantísima?
       Amantísima, del arpa

desciendas, de

los instrumentos de cuerda desciendan tus dedos
       numerosísimos que me toquen el hombro,
       que me prevengan: la mesa, está servida.
       El plato de cerámica

granadina

con las galletas de anís y frente por frente los dos tazones
    de café tinto. Servida

la mesa

e imitábamos como si hubiera un mayordomo yo fui
     tu mayordomo y mayordoma ("la mesa está
     servida, Señora"), ¿te acuerdas? Qué miedo

le cogimos al plato cómo pudo resbalársete de la mano
    el palto el número siete la luz crecer de la luna
    al entrar por el enrejado de la ventana, irisar,

bajo

la campana de cristal las flores del albaricoquero las
     flores del peral, flor de tul flor de cera toda
     esta habitación esta mesa

servida.


José Kozer  (De La garza sin sombras, 1985)