LA OBRA, LA MÁSCARA, LA DISTANCIA
Hanni Ossott
¿Es trágico el orgullo de la máscara o acaso una parodia?
Decir no cuando se desea. Es esta la
moral de la máscara.
"Nadie en el
fondo quiere la luz, ni Hegel mismo la quería; la inteligencia está dirigida a
una falsa luz, busca un
inaprehensible espejo. ¡La luz lo destruiría todo, la luz sería la
noche!". (*)
La inteligencia ama la máscara. Ella establece con lo abismal
las reglas del juego como Ulises lo estableció con las Sirenas. Escucha hasta
donde quiere. No pregunta a lo abismal: —¿qué eres?—. Sino, invirtiendo la
pregunta dice: abismo, abísmate en mí. No se pone en juego. Contempla el "ponerse
en juego" de los otros como un espectáculo en cuyo centro no se permite a
sí misma acceso alguno. La máscara es lo específicamente literario, a ella le
concierne el sistema que resguarda, el lenguaje que ampara.
Por ella el narrador discurre, elige, decide. A ella pertenece
lo que la moral llama "el dominio de sí mismo", nunca el incendio, el
hervor, el pánico.
Embellecer el horror es el sentido de su movimiento. Diseñar es la palabra más ajustada a la
acción de la máscara. Ella vuelve habitable las zonas de error o de confusión.
Colorea el espanto, acude al discurso piadoso, transforma en belleza lo que nos
degrada. Pero la vida desconoce la máscara. Vida es impulso, peligro y tensión
hacia el descalabro. Al fondo del soy que
nos habita reina el azar y la inclinación por lo oscuro
(*) Bataille, George. El Culpable. Edit. Taurus. 1974. Madrid
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